CARLOS GARRIDO CHALÈN: EL CREADOR DE UN NUEVO PARADIGNA ESENCIAL EN LA POESÌA DEL MUNDO
Por: DINAIR LEITE (*)
Cuando Harry Truman, Presidente de los Estados Unidos, ordenó soltar el seis de agosto de 1945, sobre Hiroshima, el arma nuclear Little Boy, construido con uranio, que mató a 200 mil personas y tres días después la bomba Fat Man fabricada con plutonio, sobre Nagasaki, que ocasionó la muerte de 80 mil, una vergüenza irrefrenable acalambró el alma de la tierra y conmovió por su devastadora trascendencia al mismo Cielo. Seis días después de la detonación sobre Nagasaki, Japón anunció su rendición incondicional, que se formalizó el dos de septiembre con la firma del acta de capitulación, concluyendo la Guerra del Pacífico y la Segunda Guerra Mundial.
Trece km2 de la ciudad de Hiroshima, que era una ciudad de importancia industrial y militar, alrededor de la cual se encontraban los cuarteles generales de la Quinta División y los del Segundo Ejército General del Mariscal de Campo Hata Shunroku, que comandaba la defensa del sur del país, fueron destruidos, provocando pavorosos incendios en 11,4 km. La explosión rompió los vidrios de las ventanas de edificios localizados a una distancia de 16 kilómetros y pudo sentirse hasta 59 kilómetros de distancia El 69% de sus edificios reforzados de hormigón, destrozados y el resto seriamente dañados. Igual los numerosos talleres de madera y plantas industriales de las afueras de la ciudad. Las casas de madera con pisos de teja y muchos edificios industriales fueron reducidos a escombros por el fuego. El treinta por ciento de la población que ascendía a 380 mil habitantes antes de la guerra, murió instantáneamente y otras 70.000 resultaron heridas. La energía liberada por la bomba, fue tan poderosa que quemó a la gente por debajo de la ropa. La detonación creó una explosión equivalente a13 kilotones de TNT, elevando la temperatura a más de un millón de grados centígrados, creando una bola de fuego de 256 metros de diámetro. La bomba Little Boy, debido a vientos laterales falló el blanco principal, el puente Aioi, por casi 244 metros, detonando justo encima de la Clínica quirúrgica de Shima repleta de enfermos. Dicen que mientras el Enola Gay se alejaba a toda velocidad de la ciudad, el Capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero, comentó: «Dios mío ¿Qué hemos hecho?». Treinta minutos después empezó a caer una lluvia de color negro al noroeste de la ciudad, como una nube siniestra, acompañada de un destello terrible y un fuerte estruendo, llena de suciedad, polvo, hollín y partículas altamente radioactivas, que contaminó hasta las zonas más remotas.
El 9 de agosto de 1945, el B-29 Bockscar, pilotado por el Mayor Charles W. Seeney, transportó el arma nuclear llamada Fat Man con la intención de lanzarla sobre Kokya, como blanco principal y Nagasaki como objetivo secundario; pero las condiciones atmosféricas impidieron que se lanzara contra la primera. Entonces, se procedió contra Nagasaki, uno de los puertos más grandes en la parte sur de Japón, que tuvo gran importancia durante la guerra por su gran actividad industrial, incluyendo la producción de artillería, barcos, equipo militar y materiales de guerra. La bomba, liberada a las 11:01, hizo explosión cuarenta y tres segundos después en el Valle Urakami a 469 metros de altura sobre la ciudad y a casi 3 km de distancia del lugar planeado originalmente. La mayor parte de la ciudad fue protegida por las colinas cercanas, pero la explosión resultante tuvo una detonación equivalente a 22 kilotones y generó una temperatura estimada de 3.900 grados Celsius y vientos de 1.005 km/h. Inmediatamente fallecieron 75.000 personas. A finales de 1945 esa cifra superó los 80.000. El radio total de destrucción fue de 1,6 km y se extendieron incendios en la parte norte de la ciudad hasta una distancia de 3,2 km del hipocentro. A diferencia de Hiroshima, en Nagasaki no tuvo lugar la «lluvia negra», pero sus efectos fueron más devastadores en el área inmediata del hipocentro. Se calcula que el porcentaje de estructuras y edificios destruidos estuvo en el orden del 40%, incluyendo el estadio, hogares, hospitales y escuelas. Un número desconocido de supervivientes de Hiroshima los siguió la desgracia: se había trasladado hasta Nagasaki, huyendo de la desgracia y allí fueron nuevamente fueron bombardeados.
Esos dos hechos históricos de terrible destrucción, que han impactado y dejado una huella tenebrosa imborrable en la memoria de la humanidad, han sido abordados a su manera, desde su perspectiva de poeta esencial, creador de un nuevo paradigma literario en el mundo, que tarde o temprano se tendrá que reconocer, por el gran poeta y escritor peruano de trascendencia universal Carlos Garrido Chalén, en su poemario “No sé leer, pero me escriben”, desde el que abatido por las secuelas de su propio desconsuelo, describe bajo el metaforismo de figuras literarias de inmenso valor y sentimiento, cómo las aves de Hiroshima y Nagasaki, guiadas por su instinto, sobreviven a la debacle y atraviesan los mares para contarle con lujo de detalles, siempre en el idioma de los pájaros invictos que él domina estremecido, lo que ocurrió en esas dos ciudades japonesas destruidas por el horror nuclear y la impudicia de la guerra.
No sé leer, pero me escriben
las garzas sobrevivientes de Hiroshima:
en carta vienen volando hacia mi nido
con las palomas pico de oro y azul de Nagasaki.
Vuelan hacia mí en estampida,
mientras el fuego consume la hojarasca.
Me escriben en hiragana y katakana
con su dolor abrevando en sus mortajas.
Me escriben con palabras que no entiendo
que proceden del silencio y de la nada
como ese cigarro que se extingue
presuroso y rendido en la batalla.
Me escriben desde su olor a carne que musita,
vestidas de agua verde y de cucarda.
Vienen tiznadas de explosión, exangües y marchitas
y tengo que entenderlas con el alma.
Por: DINAIR LEITE (*)
Cuando Harry Truman, Presidente de los Estados Unidos, ordenó soltar el seis de agosto de 1945, sobre Hiroshima, el arma nuclear Little Boy, construido con uranio, que mató a 200 mil personas y tres días después la bomba Fat Man fabricada con plutonio, sobre Nagasaki, que ocasionó la muerte de 80 mil, una vergüenza irrefrenable acalambró el alma de la tierra y conmovió por su devastadora trascendencia al mismo Cielo. Seis días después de la detonación sobre Nagasaki, Japón anunció su rendición incondicional, que se formalizó el dos de septiembre con la firma del acta de capitulación, concluyendo la Guerra del Pacífico y la Segunda Guerra Mundial.
Trece km2 de la ciudad de Hiroshima, que era una ciudad de importancia industrial y militar, alrededor de la cual se encontraban los cuarteles generales de la Quinta División y los del Segundo Ejército General del Mariscal de Campo Hata Shunroku, que comandaba la defensa del sur del país, fueron destruidos, provocando pavorosos incendios en 11,4 km. La explosión rompió los vidrios de las ventanas de edificios localizados a una distancia de 16 kilómetros y pudo sentirse hasta 59 kilómetros de distancia El 69% de sus edificios reforzados de hormigón, destrozados y el resto seriamente dañados. Igual los numerosos talleres de madera y plantas industriales de las afueras de la ciudad. Las casas de madera con pisos de teja y muchos edificios industriales fueron reducidos a escombros por el fuego. El treinta por ciento de la población que ascendía a 380 mil habitantes antes de la guerra, murió instantáneamente y otras 70.000 resultaron heridas. La energía liberada por la bomba, fue tan poderosa que quemó a la gente por debajo de la ropa. La detonación creó una explosión equivalente a13 kilotones de TNT, elevando la temperatura a más de un millón de grados centígrados, creando una bola de fuego de 256 metros de diámetro. La bomba Little Boy, debido a vientos laterales falló el blanco principal, el puente Aioi, por casi 244 metros, detonando justo encima de la Clínica quirúrgica de Shima repleta de enfermos. Dicen que mientras el Enola Gay se alejaba a toda velocidad de la ciudad, el Capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero, comentó: «Dios mío ¿Qué hemos hecho?». Treinta minutos después empezó a caer una lluvia de color negro al noroeste de la ciudad, como una nube siniestra, acompañada de un destello terrible y un fuerte estruendo, llena de suciedad, polvo, hollín y partículas altamente radioactivas, que contaminó hasta las zonas más remotas.
El 9 de agosto de 1945, el B-29 Bockscar, pilotado por el Mayor Charles W. Seeney, transportó el arma nuclear llamada Fat Man con la intención de lanzarla sobre Kokya, como blanco principal y Nagasaki como objetivo secundario; pero las condiciones atmosféricas impidieron que se lanzara contra la primera. Entonces, se procedió contra Nagasaki, uno de los puertos más grandes en la parte sur de Japón, que tuvo gran importancia durante la guerra por su gran actividad industrial, incluyendo la producción de artillería, barcos, equipo militar y materiales de guerra. La bomba, liberada a las 11:01, hizo explosión cuarenta y tres segundos después en el Valle Urakami a 469 metros de altura sobre la ciudad y a casi 3 km de distancia del lugar planeado originalmente. La mayor parte de la ciudad fue protegida por las colinas cercanas, pero la explosión resultante tuvo una detonación equivalente a 22 kilotones y generó una temperatura estimada de 3.900 grados Celsius y vientos de 1.005 km/h. Inmediatamente fallecieron 75.000 personas. A finales de 1945 esa cifra superó los 80.000. El radio total de destrucción fue de 1,6 km y se extendieron incendios en la parte norte de la ciudad hasta una distancia de 3,2 km del hipocentro. A diferencia de Hiroshima, en Nagasaki no tuvo lugar la «lluvia negra», pero sus efectos fueron más devastadores en el área inmediata del hipocentro. Se calcula que el porcentaje de estructuras y edificios destruidos estuvo en el orden del 40%, incluyendo el estadio, hogares, hospitales y escuelas. Un número desconocido de supervivientes de Hiroshima los siguió la desgracia: se había trasladado hasta Nagasaki, huyendo de la desgracia y allí fueron nuevamente fueron bombardeados.
Esos dos hechos históricos de terrible destrucción, que han impactado y dejado una huella tenebrosa imborrable en la memoria de la humanidad, han sido abordados a su manera, desde su perspectiva de poeta esencial, creador de un nuevo paradigma literario en el mundo, que tarde o temprano se tendrá que reconocer, por el gran poeta y escritor peruano de trascendencia universal Carlos Garrido Chalén, en su poemario “No sé leer, pero me escriben”, desde el que abatido por las secuelas de su propio desconsuelo, describe bajo el metaforismo de figuras literarias de inmenso valor y sentimiento, cómo las aves de Hiroshima y Nagasaki, guiadas por su instinto, sobreviven a la debacle y atraviesan los mares para contarle con lujo de detalles, siempre en el idioma de los pájaros invictos que él domina estremecido, lo que ocurrió en esas dos ciudades japonesas destruidas por el horror nuclear y la impudicia de la guerra.
No sé leer, pero me escriben
las garzas sobrevivientes de Hiroshima:
en carta vienen volando hacia mi nido
con las palomas pico de oro y azul de Nagasaki.
Vuelan hacia mí en estampida,
mientras el fuego consume la hojarasca.
Me escriben en hiragana y katakana
con su dolor abrevando en sus mortajas.
Me escriben con palabras que no entiendo
que proceden del silencio y de la nada
como ese cigarro que se extingue
presuroso y rendido en la batalla.
Me escriben desde su olor a carne que musita,
vestidas de agua verde y de cucarda.
Vienen tiznadas de explosión, exangües y marchitas
y tengo que entenderlas con el alma.
El Ota me enseña a comportarme
y en su gramática me hablan sus cascadas.
Las asordó el estruendo de la pólvora
e intentan sobrevivir a la redada.
Hay temblor en sus alas y en sus ojos.
Y es de uranio y de plutón
la voz que callan.
.
No sé leer, pero me escriben desde su olor
a horno,
a bomba nuclear y mala racha. (Desde su olor a horno y mala racha)
y en su gramática me hablan sus cascadas.
Las asordó el estruendo de la pólvora
e intentan sobrevivir a la redada.
Hay temblor en sus alas y en sus ojos.
Y es de uranio y de plutón
la voz que callan.
.
No sé leer, pero me escriben desde su olor
a horno,
a bomba nuclear y mala racha. (Desde su olor a horno y mala racha)
Es en esa intensidad increíble que promueve el caos desatado, que el poeta Carlos Garrido Chalén, dueño de una gran sensibilidad que emociona y enardece y nos levanta del asiento a cada instante, nos llega a decir: “No sé leer, pero me escriben,/ las palomas mensajeras del ocaso./ Me escriben haciendo señas en el cielo:/ y en su agonía mordaz/ se afea el alba./ No sé leer/ y me embrollo cuando canto/ y se emborracha de acertijos mi palabra./ Todo me aturde, y me anonada la tristeza./ y los pájaros de Hiroshima/ me llevan a su andada./ ¿Qué hay más allá del dolor/ de esa estocada cruel e inacabable?./ La respuesta la escriben las torcazas./ Más allá están las cartas nunca leídas del paisaje calcinado,/ del espanto de los cuerpos que se agitan/ en la canonjía perpleja de la maña./ Y aunque no sé leer/ en el idioma de la avifauna/ entiendo lo que ellas mecieron en su pesar/ convidadas insolentes de la lágrima./ No sé leer, pero discierno/ lo que dicen los búhos que se callan/ y entiendo por eso aquel gorjeo/ que transita en los gansos cuando cantan,/ Vienen a verme trayéndome en su tarde/ el negro azul, la máchica inmoral/ de la masacre./ Y sufro su dolor y a toda la humanidad/ que cunde en llanto/ y me aclimato en el fragor/ de sus fantasmas.(Me aclimato en el fragor de sus fantasmas).
Carlos Garrido Chalén entra entonces al precipicio que ha geográficamente contextuado su dolor y en la desventura se cobija, para darnos la oportunidad de hacerlo también nosotros que miramos desde nuestro espanto de lectores y permitirnos acceder a esa mágica sinopsis de la historia no escrita, que con su coraje de creador incomparable se atreve a revelar.
Los pájaros vienen a él, porque todos los poetas somos de alguna manera pájaros que volamos los cielos más infinitos en busca de la vida. Lo buscan porque lo sienten de su especie, animal vertebrado, ovíparo, de respiración pulmonar y sangre caliente, pico córneo, cuerpo cubierto de plumas y con dos pies y dos alas aptas para el vuelo; y en sus alma adrede se cobijan, para contarle de qué tamaño ha sido la desgracia y a cuántos inocentes, en su mayoría civiles, se los llevó la muerte a pagos reprobables.
Precisamente en esas honduras, el poeta le quita a la muerte sus velos nominales y descubre secretos que nadie había antes podido develar entrando al caos; dándonos la oportunidad de percibir una poesía novedosa, que a pesar de su infinita consternación, por la hecatombe que describe, la hermosea la calidad de metáforas que son alentadas desde la eternidad por las víctimas que partieron a habitar el infinito; y que desde allá, acaso para burlarse de los vivos que no acaban de morir, nos alertan sobre los peligros de la guerra, pero también de esa paz sin justicia social que es una estafa a la humanidad y Garrido Chalén desde hace años viene combatiendo.
No sé escribir, pero me escriben decapitados
los pájaros de Hokaido y Lamaguchi,
de Kagoyima, Oíta y Toiama.
De Tokio, Totori y Yizuoka.
Se juntan con los de Ehime, Guifu y Fukuyima.
Con los de Ibariki, Hiroyima, Iuate y Miiazaki.
Búhos manchú y patos mandarines,
cucos, gansos blancos y barnaclas.
Todos al unísono: desde Akita y Aomori,
Juntos desde Nigata, Nagano y Nagasaki.
Son los pájaros que nunca se rindieron
ni hablaron de capitulación
en los nogales. (Los pájaros que no hablan de capitulación en los nogales)
El poeta peruano Carlos Garrido Chalén, Premio Mundial de Literatura “Andrés Bello” 2009 de Venezuela, autor de una treintena de obras publicadas, entre poesía, ensayo, cuento y novela, nos muestra la historia dolorosa contada por aves que vienen a su entorno para reproducirle en su alma el espectáculo de hechos de guerra deplorables, que no debería repetirse jamás, pero se dieron, como señales inequívocas de la irracionalidad del hombre contra el hombre, de esa barbarie que ajusta cuentas sin medir el tamaño de las lágrimas: “El 06 de agosto de 1945 – dice Carlos Garrido - el “Enola Gay”/ lanzó sobre Hiroshima un little boy,/ de uranio y de pináculo:/ un ruido ensordecedor llenó de bramido/ las trompetas/ y en el cántaro del dolor/ se encapotó la llaga./ Una columna de humo gris-morado/ salió del berenjenal/ (a un millón de grados centígrados infernales)/ y en la chinela se afeó la báscula./ El 9 de agosto, a las 11 de la mañana,/ el espectáculo de la aniquilación nuclear/ se repitió en Nagasaki,/ y Kyushu se llenó de aturdimiento:/ el bombardero B-29, “Bock’s Car”, lanzó sobre la ciudad el fat boy,/ de muerte y de plutonio/ y los pájaros/ huyeron/ vertiginosamente/ hacia la nada./ La lluvia tóxica les marchitó el alma” (La lluvia tóxica les marchitó el alma)
Como creador de una nueva manera de hacer poesía en el mundo, habla con sinceridad y como “no le tiene miedo al amor” nos muestra “la brida de su atajadero, la montura de su parapeto”, sabiendo acaso que “desde su arrebato de arúspice brama bermellón el sol poniente” y es “un potro azulado de luna en los barbechos”, “un barco asustado por la enormidad siniestra de la noche”, a cuya baba, a su fuego interior indoblegable, llega “como un fogonazo de luz la madrugada”. De esa madrugada que está en él y también en una humanidad lastimada por su furia iconoclasta. Que vive en su mundo creativo que ha permitido que se convierta, como dice la poeta puertorriqueña Gloria Marini, en el gran poeta de este siglo, pero también en nosotros que de tanto seguirlo, mimetizados por su ternura y su elocuencia, echados a morar en él y con él, perseguimos su élam vital y el sagrario que su literatura fascinante nos predica.
Porque no le tengo miedo al amor
ésta es la brida de mi atajadero.
la montura de mi parapeto.
Desde mi arrebato de arúspice
brama bermellón el sol poniente
y soy un potro
azulado de luna en los barbechos,
un barco asustado
por la enormidad siniestra
de la noche.
A mi baba llega
como un fogonazo de luz
la madrugada.
Mi antepecho gamita en el arenal
como un agreste bandolero en la batalla.
He hecho por eso
un hangar con mis junturas
un capullo
con las espigas de mi abrasamiento.
Y debo entender que, aunque no se leer,
es mío el purpurado de la brecha,
el santo y seña lelo y huraño
de la flauta..
Chapucero es el viento del chubasco
Impúdico y subrepticio el cruel barullo
de bufón y de alarife del amianto..
Por eso estoy aquí
con mi farol
de augur y de gendarme,
aullando en el tremendal de los fogones
navegando en mi barca de arlequín
todos los mares.
Hiroshima y Nagasaki son un cañón
que apunta a la emboscada
y yo un yacaré embaucado de sombra
anacoluto,
sahumado, en los manglares.
Hendida de dolor muere la rúa
y en la posada del talúd el aguacero.
En el revés
se atolondra el yelmo
y llena de amanecer la catarata.
Algún día has de saber
que entre tu y yo
alborea con sus guarismos de fe,
la madrugada.(Azulado de luna en los barbechos)
Carlos Garrido Chalén entra entonces al precipicio que ha geográficamente contextuado su dolor y en la desventura se cobija, para darnos la oportunidad de hacerlo también nosotros que miramos desde nuestro espanto de lectores y permitirnos acceder a esa mágica sinopsis de la historia no escrita, que con su coraje de creador incomparable se atreve a revelar.
Los pájaros vienen a él, porque todos los poetas somos de alguna manera pájaros que volamos los cielos más infinitos en busca de la vida. Lo buscan porque lo sienten de su especie, animal vertebrado, ovíparo, de respiración pulmonar y sangre caliente, pico córneo, cuerpo cubierto de plumas y con dos pies y dos alas aptas para el vuelo; y en sus alma adrede se cobijan, para contarle de qué tamaño ha sido la desgracia y a cuántos inocentes, en su mayoría civiles, se los llevó la muerte a pagos reprobables.
Precisamente en esas honduras, el poeta le quita a la muerte sus velos nominales y descubre secretos que nadie había antes podido develar entrando al caos; dándonos la oportunidad de percibir una poesía novedosa, que a pesar de su infinita consternación, por la hecatombe que describe, la hermosea la calidad de metáforas que son alentadas desde la eternidad por las víctimas que partieron a habitar el infinito; y que desde allá, acaso para burlarse de los vivos que no acaban de morir, nos alertan sobre los peligros de la guerra, pero también de esa paz sin justicia social que es una estafa a la humanidad y Garrido Chalén desde hace años viene combatiendo.
No sé escribir, pero me escriben decapitados
los pájaros de Hokaido y Lamaguchi,
de Kagoyima, Oíta y Toiama.
De Tokio, Totori y Yizuoka.
Se juntan con los de Ehime, Guifu y Fukuyima.
Con los de Ibariki, Hiroyima, Iuate y Miiazaki.
Búhos manchú y patos mandarines,
cucos, gansos blancos y barnaclas.
Todos al unísono: desde Akita y Aomori,
Juntos desde Nigata, Nagano y Nagasaki.
Son los pájaros que nunca se rindieron
ni hablaron de capitulación
en los nogales. (Los pájaros que no hablan de capitulación en los nogales)
El poeta peruano Carlos Garrido Chalén, Premio Mundial de Literatura “Andrés Bello” 2009 de Venezuela, autor de una treintena de obras publicadas, entre poesía, ensayo, cuento y novela, nos muestra la historia dolorosa contada por aves que vienen a su entorno para reproducirle en su alma el espectáculo de hechos de guerra deplorables, que no debería repetirse jamás, pero se dieron, como señales inequívocas de la irracionalidad del hombre contra el hombre, de esa barbarie que ajusta cuentas sin medir el tamaño de las lágrimas: “El 06 de agosto de 1945 – dice Carlos Garrido - el “Enola Gay”/ lanzó sobre Hiroshima un little boy,/ de uranio y de pináculo:/ un ruido ensordecedor llenó de bramido/ las trompetas/ y en el cántaro del dolor/ se encapotó la llaga./ Una columna de humo gris-morado/ salió del berenjenal/ (a un millón de grados centígrados infernales)/ y en la chinela se afeó la báscula./ El 9 de agosto, a las 11 de la mañana,/ el espectáculo de la aniquilación nuclear/ se repitió en Nagasaki,/ y Kyushu se llenó de aturdimiento:/ el bombardero B-29, “Bock’s Car”, lanzó sobre la ciudad el fat boy,/ de muerte y de plutonio/ y los pájaros/ huyeron/ vertiginosamente/ hacia la nada./ La lluvia tóxica les marchitó el alma” (La lluvia tóxica les marchitó el alma)
Como creador de una nueva manera de hacer poesía en el mundo, habla con sinceridad y como “no le tiene miedo al amor” nos muestra “la brida de su atajadero, la montura de su parapeto”, sabiendo acaso que “desde su arrebato de arúspice brama bermellón el sol poniente” y es “un potro azulado de luna en los barbechos”, “un barco asustado por la enormidad siniestra de la noche”, a cuya baba, a su fuego interior indoblegable, llega “como un fogonazo de luz la madrugada”. De esa madrugada que está en él y también en una humanidad lastimada por su furia iconoclasta. Que vive en su mundo creativo que ha permitido que se convierta, como dice la poeta puertorriqueña Gloria Marini, en el gran poeta de este siglo, pero también en nosotros que de tanto seguirlo, mimetizados por su ternura y su elocuencia, echados a morar en él y con él, perseguimos su élam vital y el sagrario que su literatura fascinante nos predica.
Porque no le tengo miedo al amor
ésta es la brida de mi atajadero.
la montura de mi parapeto.
Desde mi arrebato de arúspice
brama bermellón el sol poniente
y soy un potro
azulado de luna en los barbechos,
un barco asustado
por la enormidad siniestra
de la noche.
A mi baba llega
como un fogonazo de luz
la madrugada.
Mi antepecho gamita en el arenal
como un agreste bandolero en la batalla.
He hecho por eso
un hangar con mis junturas
un capullo
con las espigas de mi abrasamiento.
Y debo entender que, aunque no se leer,
es mío el purpurado de la brecha,
el santo y seña lelo y huraño
de la flauta..
Chapucero es el viento del chubasco
Impúdico y subrepticio el cruel barullo
de bufón y de alarife del amianto..
Por eso estoy aquí
con mi farol
de augur y de gendarme,
aullando en el tremendal de los fogones
navegando en mi barca de arlequín
todos los mares.
Hiroshima y Nagasaki son un cañón
que apunta a la emboscada
y yo un yacaré embaucado de sombra
anacoluto,
sahumado, en los manglares.
Hendida de dolor muere la rúa
y en la posada del talúd el aguacero.
En el revés
se atolondra el yelmo
y llena de amanecer la catarata.
Algún día has de saber
que entre tu y yo
alborea con sus guarismos de fe,
la madrugada.(Azulado de luna en los barbechos)
En el nuevo formato paradigmático que Garrido Chalén ha inventado, de tanto ir a la poesía y sumergirse en ella, todas las palabras tienen un destino que conquistar; y es en ese futuro que su presente se recrea, para interiorizarse en sus colores y sabores y en la expresividad que cada una delata, proponiendo nuevas conquistas literarias a su propio idioma que ya lo celebra y a todos los idiomas de la tierra a los que el hombre suele abrirles el corazón para que adentro se enternezcan. Por eso es que cuando su poesía se expresa, no es ella la que termina de contagiarnos, sino también la memoria colectiva de todas las palabras, sea cual fuere su naturaleza, que son habilitadas por su corazón de poeta – en su caso el corazón de David redivivo - para decir lo que siente.
No sé leer, pero me escribe desde el fangal/ encubridor,/ frunciendo el ceño, / el arrebato/ y a mi chabola vienen alboreando de luces/ las cigarras./ A mi postura de azhor/ llega con su cantinela de celestina/ la embestida/ y tasca con su vagabundez/ la madreselva/ y en la brecha de la tempestad canta la curda./ Broza en su celaje de matorral/ la yerbabuena./ Y no sé de quién es el altillo que pende/ en la neblina/ que se hace tumulto y algazara en el gemido./ No sé leer, pero me escriben/ con su pico vaporoso las palomas./ Intruso y forastero es el dolor/ que se amanceba en la albura monacal/ de sus mañanas./ Y allí, ebria de acústica,/ flamea la llovizna/ y alborea y abjura la borrasca”. (Me escribe desde el fangal, frunciendo el ceño, el arrebato)
En el poeta Carlos Garrido Chalén, a quien conocí personalmente en un Congreso Universal de Poetas y Artistas realizado en Tijuana, México y no dejé de leer nunca más, y de admirar su obra majestuosa, hay una especie de conmemoración que nunca acaba, un ir a una literatura que es el reflejo de lo que su volcán interior cargado de preceptos no menos incendiarios califica; y en esa intensidad, el escritor tumbesino, nacido en una humilde caleta de su país llamado Zorritos, termina imantándonos, convirtiéndonos sin maldades, en seguidores de una estela de la que algunos no se percatan existe, porque les falta alma, pero que servirá, tarde o temprano, para enseñarnos a sembrar en un Continente que reclama el fosfórico calificar de sus epítetos, la dulce enunciación de sus consignas que al mundo en general lo consolidan; y que le dan el lujo de ser pedagógico cuando dice:
Cuando haya que hacerle un arqueo a la vida
y alguien, por algún motivo,
olvide izar tu bandera en la batalla
entra a su barricada
y sé caudillo y paladín con tus agallas.
Acólito de la romanza
entra al redondel del acosamiento
y al alón del percal y su acechanza
que en tu grupa no aúlle la angostura
ni tampoco la anchura del engaño;
que viva el Dios del fondeadero
que un día te creó
sahumado de mirra
para tener un mástil en donde ondear
sus pendones de alabastro.
Que en tu pantano, la única renga,
sea la conjetura
que burbujea andariega en los mirtales
para que un buen día
cohorte en el tremendal de la borrasca
todo termine siendo ese guarismo agitador
que sestea con su insolencia el aire. (Para tener un mástil en donde ondear sus pendones de alabastro)
No llama por eso la atención el efecto emotivo incomparable que Carlos Garrido Chalén logra en su poemario “No sé leer, pero me escriben”; ni extraña que le escriban desde la montaña Kitadake, “las aves inmortales de Kinki y de Ishikari”, que navegaron el Biwa y el Shinano para traerle “el aire boreal de sus reclamos”; o que nos trate de convencer que la poesía es capaz de las ventajas más impredecibles, de los descubrimientos más asombrosos, porque no es un simple ir a la palabra sino dejar que la palabra te utilice, porque allí, en el amanecer de sus consecuencias, en ese transcurrir, de crear de la nada lo existente, ya nada es imposible.
Me escriben desde la montaña Kitadake
las aves inmortales de Kinki y de Ishikari:
Navegaron el Biwa y el Shinano
para traerme el aire boreal de sus reclamos.
No sé leer, pero me escribe desde el fangal/ encubridor,/ frunciendo el ceño, / el arrebato/ y a mi chabola vienen alboreando de luces/ las cigarras./ A mi postura de azhor/ llega con su cantinela de celestina/ la embestida/ y tasca con su vagabundez/ la madreselva/ y en la brecha de la tempestad canta la curda./ Broza en su celaje de matorral/ la yerbabuena./ Y no sé de quién es el altillo que pende/ en la neblina/ que se hace tumulto y algazara en el gemido./ No sé leer, pero me escriben/ con su pico vaporoso las palomas./ Intruso y forastero es el dolor/ que se amanceba en la albura monacal/ de sus mañanas./ Y allí, ebria de acústica,/ flamea la llovizna/ y alborea y abjura la borrasca”. (Me escribe desde el fangal, frunciendo el ceño, el arrebato)
En el poeta Carlos Garrido Chalén, a quien conocí personalmente en un Congreso Universal de Poetas y Artistas realizado en Tijuana, México y no dejé de leer nunca más, y de admirar su obra majestuosa, hay una especie de conmemoración que nunca acaba, un ir a una literatura que es el reflejo de lo que su volcán interior cargado de preceptos no menos incendiarios califica; y en esa intensidad, el escritor tumbesino, nacido en una humilde caleta de su país llamado Zorritos, termina imantándonos, convirtiéndonos sin maldades, en seguidores de una estela de la que algunos no se percatan existe, porque les falta alma, pero que servirá, tarde o temprano, para enseñarnos a sembrar en un Continente que reclama el fosfórico calificar de sus epítetos, la dulce enunciación de sus consignas que al mundo en general lo consolidan; y que le dan el lujo de ser pedagógico cuando dice:
Cuando haya que hacerle un arqueo a la vida
y alguien, por algún motivo,
olvide izar tu bandera en la batalla
entra a su barricada
y sé caudillo y paladín con tus agallas.
Acólito de la romanza
entra al redondel del acosamiento
y al alón del percal y su acechanza
que en tu grupa no aúlle la angostura
ni tampoco la anchura del engaño;
que viva el Dios del fondeadero
que un día te creó
sahumado de mirra
para tener un mástil en donde ondear
sus pendones de alabastro.
Que en tu pantano, la única renga,
sea la conjetura
que burbujea andariega en los mirtales
para que un buen día
cohorte en el tremendal de la borrasca
todo termine siendo ese guarismo agitador
que sestea con su insolencia el aire. (Para tener un mástil en donde ondear sus pendones de alabastro)
No llama por eso la atención el efecto emotivo incomparable que Carlos Garrido Chalén logra en su poemario “No sé leer, pero me escriben”; ni extraña que le escriban desde la montaña Kitadake, “las aves inmortales de Kinki y de Ishikari”, que navegaron el Biwa y el Shinano para traerle “el aire boreal de sus reclamos”; o que nos trate de convencer que la poesía es capaz de las ventajas más impredecibles, de los descubrimientos más asombrosos, porque no es un simple ir a la palabra sino dejar que la palabra te utilice, porque allí, en el amanecer de sus consecuencias, en ese transcurrir, de crear de la nada lo existente, ya nada es imposible.
Me escriben desde la montaña Kitadake
las aves inmortales de Kinki y de Ishikari:
Navegaron el Biwa y el Shinano
para traerme el aire boreal de sus reclamos.
Caminan sobre las corrientes tempestuosas
de Kuroshio y de Oyshio
registrando en sus ojos victoriosos
la voz de los castaños.
Hayas, tuyas, pinos rojos y laricios
componen el paisaje del magnolio,
del bambú y los cerezos.
Estuvieron en la estampida de Hiroshima
y también de Nagasaki
Y vieron cómo el fuego de la tromba
rompía los tímpanos
del día inacabable.
Vinieron de Kanto,
de Kinki y de Ishikari.
Y el océano supo comprender cuando clamaban.
y lloró con ellos mirando los añicos,
los restos del fragor, diseminados. (Me escriben desde la escriben desde la montaña del coraje)
Sólo el ojo de un Profeta como Carlos Garrido Chalén, puede descubir en lontananza cómo “Quinientas ochenta y tres especies de aves majestuosas/ vienen de Ribenguó/ para aromar el paisaje./ Tocan marimba y bongó/ y en Bonin y Jima de ansias se abastecen./ Se escuchan en Corea sus edictos/ y en el Sur de Siberia/ sus cánticos de guerra./ Y en donde el Monte Fuji se apertrecha/ sesenta y seis especies de peces y reptiles/ se amotinan./ Mamíferos de ciento treinta y dos especies/ conspiran con la tarde/ y los pájaros de la debacle/ le restauran la piel a los collados./ Vienen del pedregal, del musgo y la retama,/ pensando que no hay lugar para la muerte./ Osos pardos, zorros y ciervos/ abandonan Honshu porque del cielo llueve lava/ y se hace tarde. (Vienen desde Ribenguó para aromar el paisaje)
Con Licencia para actuar como pájaro silvestre en la eternidad, el poeta peruano es beneficiario de noticias exclusivas, incluso del mismo Dios que vive en los arcanos, con el que suele empatarse en amistad y de vez en cuando le trasmite el inmenso dolor que siente ante una humanidad que rema en contra de todas las mareas y se choca varias veces con la misma piedra. En ese acercarse a la Divinidad, el Rey del abedul le cuenta sus secretos y en “su tierna anuncia” le muestra su bondad.
Desde su tierna anuencia, en el Cielo del Cielo,
una carta me ha escrito
el Rey del abedul
la han traído a mi casa
las palomas del Reyno
mecida entre guirnaldas
y orquestada de luz.
En ella el Dios Eterno,
con su aliento de flores
me dice que el silencio
cruje en la Eternidad,
que el infierno y su casta
de demonios resopla
y hay sonido de trombas
en el fondo del mar,
palomas que se mecen,
angustiadas de infarto
y guirnaldas que traman
pues no saben amar.
Y dice que en Hiroshima
una flor se levanta
y en Nagasaki brilla
el sol de otra verdad;
que a las guerras las tizna
la muerte del averno
y hay dolor en su alma
porque no existe paz. ( Me escribe el mismo Dios que canta en los arcanos)
Y aunque siempre abrumado por la historia de Hiroshima y Nagasaki, Garrido Chalén se estremece para estremecernos: “No sé leer, pero me escriben,/ - alega - en carta hermética, contritos,/ los muertos/ que resucitan de amor en Nagasaki./ Vuelan con alas de águila hacia mí,/ desde Hiroshima,/ quebradas sus espaldas por el llanto./ Cruzan con desesperación/ para vencer al huracán/ y al mar picado./ Vienen desde la montaña del desprecio/ y la cuenca de la ira desatada./ Del río de la amargura/ emergieron sus presagios/ y a canoa,/ en pérgola y a nado/ se apresuran a venir/ para contarme/ sus secretos entrañables./ Son del país del milagro y me escriben/ desde los recovecos/ de su rabia inmarcesible./ Los liquidó la muerte intempestiva/ pero se niegan a morir/ y me escriben con el corazón,/ a pulso/ y desde el alma. (Me escriben con el corazón, a pulso y desde el alma)
Quiero aprender cantando
a leer en el Cielo
lo que escriben amando
las cucardas del sol
cómo leen aladas las magnolias
al viento
que florea la bruma
en homenaje a Dios.
En esa dinastía de amores transcurridos
me consuela el espíritu
que trepita en el mar,
ese arrastrar de almas
que cruje entre las sombras
sobre las que milita
añil la soledad.
de Kuroshio y de Oyshio
registrando en sus ojos victoriosos
la voz de los castaños.
Hayas, tuyas, pinos rojos y laricios
componen el paisaje del magnolio,
del bambú y los cerezos.
Estuvieron en la estampida de Hiroshima
y también de Nagasaki
Y vieron cómo el fuego de la tromba
rompía los tímpanos
del día inacabable.
Vinieron de Kanto,
de Kinki y de Ishikari.
Y el océano supo comprender cuando clamaban.
y lloró con ellos mirando los añicos,
los restos del fragor, diseminados. (Me escriben desde la escriben desde la montaña del coraje)
Sólo el ojo de un Profeta como Carlos Garrido Chalén, puede descubir en lontananza cómo “Quinientas ochenta y tres especies de aves majestuosas/ vienen de Ribenguó/ para aromar el paisaje./ Tocan marimba y bongó/ y en Bonin y Jima de ansias se abastecen./ Se escuchan en Corea sus edictos/ y en el Sur de Siberia/ sus cánticos de guerra./ Y en donde el Monte Fuji se apertrecha/ sesenta y seis especies de peces y reptiles/ se amotinan./ Mamíferos de ciento treinta y dos especies/ conspiran con la tarde/ y los pájaros de la debacle/ le restauran la piel a los collados./ Vienen del pedregal, del musgo y la retama,/ pensando que no hay lugar para la muerte./ Osos pardos, zorros y ciervos/ abandonan Honshu porque del cielo llueve lava/ y se hace tarde. (Vienen desde Ribenguó para aromar el paisaje)
Con Licencia para actuar como pájaro silvestre en la eternidad, el poeta peruano es beneficiario de noticias exclusivas, incluso del mismo Dios que vive en los arcanos, con el que suele empatarse en amistad y de vez en cuando le trasmite el inmenso dolor que siente ante una humanidad que rema en contra de todas las mareas y se choca varias veces con la misma piedra. En ese acercarse a la Divinidad, el Rey del abedul le cuenta sus secretos y en “su tierna anuncia” le muestra su bondad.
Desde su tierna anuencia, en el Cielo del Cielo,
una carta me ha escrito
el Rey del abedul
la han traído a mi casa
las palomas del Reyno
mecida entre guirnaldas
y orquestada de luz.
En ella el Dios Eterno,
con su aliento de flores
me dice que el silencio
cruje en la Eternidad,
que el infierno y su casta
de demonios resopla
y hay sonido de trombas
en el fondo del mar,
palomas que se mecen,
angustiadas de infarto
y guirnaldas que traman
pues no saben amar.
Y dice que en Hiroshima
una flor se levanta
y en Nagasaki brilla
el sol de otra verdad;
que a las guerras las tizna
la muerte del averno
y hay dolor en su alma
porque no existe paz. ( Me escribe el mismo Dios que canta en los arcanos)
Y aunque siempre abrumado por la historia de Hiroshima y Nagasaki, Garrido Chalén se estremece para estremecernos: “No sé leer, pero me escriben,/ - alega - en carta hermética, contritos,/ los muertos/ que resucitan de amor en Nagasaki./ Vuelan con alas de águila hacia mí,/ desde Hiroshima,/ quebradas sus espaldas por el llanto./ Cruzan con desesperación/ para vencer al huracán/ y al mar picado./ Vienen desde la montaña del desprecio/ y la cuenca de la ira desatada./ Del río de la amargura/ emergieron sus presagios/ y a canoa,/ en pérgola y a nado/ se apresuran a venir/ para contarme/ sus secretos entrañables./ Son del país del milagro y me escriben/ desde los recovecos/ de su rabia inmarcesible./ Los liquidó la muerte intempestiva/ pero se niegan a morir/ y me escriben con el corazón,/ a pulso/ y desde el alma. (Me escriben con el corazón, a pulso y desde el alma)
Quiero aprender cantando
a leer en el Cielo
lo que escriben amando
las cucardas del sol
cómo leen aladas las magnolias
al viento
que florea la bruma
en homenaje a Dios.
En esa dinastía de amores transcurridos
me consuela el espíritu
que trepita en el mar,
ese arrastrar de almas
que cruje entre las sombras
sobre las que milita
añil la soledad.
Soledad tesonera
que ancla en los pregones
y se convierte en brisa
en cada atardecer
que no tiene un idioma
y la afana la noche
y a veces la construye
y amacija el amor. (Lo que escriben amando las cucardas)
Es ese mismo poeta, hermoso y consecuente, el que quiere convencernos que no sabe leer, pero le escribe “el alba en plenilunio/ y el atardecer desde el equinoccio/ y el solsticio de todos los clamores”; que le escribe el arco iris “que hace burbujas de océano/ en el vientre de la ballena que se tragó a Jonás/ para sembrar sus pactos” en su sangre y nos cuenta que “cuando la luna llena/ se detiene pretensiosa” en su heredad y en sus “verdosos pastizales” “y todo parece día” en su cobertizo y se alumbran de cisnes sus picos levantados, le escribe el silencio “desde el que Elìas se hizo Profeta” para contarle cómo nació el caos “en el tobogàn del otoño que desató el furor” y se desvela.
Todos me escriben
y ya no sé qué hacer
con todas las cartas que recibo
Y como el más dócil de todos los rumiantes
- el que ama a oscuras
y se alucera de cosmos cuando sueña -
no sé cómo leerme a mí mismo
cuando callo.
Cómo leer a todos
si vengo de la casa del jilguero
pero me es ajeno el sonido
de su pecho de pinkuyo.
Si nada de lo que está aquí me pertenece
y las palabras que vomita el horizonte
terminan por convencerme
que no saben por qué fueron inventadas
por la vida.
- No es el momento
de plantar nuevas semillas - me dijeron,
y yo vi cómo se aceleraba vigesimal el tiempo
en los cantones del viento
y como sobre el Árbol del Mundo
alguien asediaba con preguntas a la noche. (No sé leer, pero me escribe el alma en plenilunio)
Hermosa oportunidad tiene el mundo para conocer a un poeta extraordinario, que en “No sé leer, pero me escriben”, nos perturba y enaltece.
(*) Poeta y escritora brasileña, Embajadora Universal de la Paz en Brasil
que ancla en los pregones
y se convierte en brisa
en cada atardecer
que no tiene un idioma
y la afana la noche
y a veces la construye
y amacija el amor. (Lo que escriben amando las cucardas)
Es ese mismo poeta, hermoso y consecuente, el que quiere convencernos que no sabe leer, pero le escribe “el alba en plenilunio/ y el atardecer desde el equinoccio/ y el solsticio de todos los clamores”; que le escribe el arco iris “que hace burbujas de océano/ en el vientre de la ballena que se tragó a Jonás/ para sembrar sus pactos” en su sangre y nos cuenta que “cuando la luna llena/ se detiene pretensiosa” en su heredad y en sus “verdosos pastizales” “y todo parece día” en su cobertizo y se alumbran de cisnes sus picos levantados, le escribe el silencio “desde el que Elìas se hizo Profeta” para contarle cómo nació el caos “en el tobogàn del otoño que desató el furor” y se desvela.
Todos me escriben
y ya no sé qué hacer
con todas las cartas que recibo
Y como el más dócil de todos los rumiantes
- el que ama a oscuras
y se alucera de cosmos cuando sueña -
no sé cómo leerme a mí mismo
cuando callo.
Cómo leer a todos
si vengo de la casa del jilguero
pero me es ajeno el sonido
de su pecho de pinkuyo.
Si nada de lo que está aquí me pertenece
y las palabras que vomita el horizonte
terminan por convencerme
que no saben por qué fueron inventadas
por la vida.
- No es el momento
de plantar nuevas semillas - me dijeron,
y yo vi cómo se aceleraba vigesimal el tiempo
en los cantones del viento
y como sobre el Árbol del Mundo
alguien asediaba con preguntas a la noche. (No sé leer, pero me escribe el alma en plenilunio)
Hermosa oportunidad tiene el mundo para conocer a un poeta extraordinario, que en “No sé leer, pero me escriben”, nos perturba y enaltece.
(*) Poeta y escritora brasileña, Embajadora Universal de la Paz en Brasil
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