EL PAPA QUE SALIÓ DE MACONDO
Lialdia.com / *Jorge Castañeda/ Valcheta/ Argentina/ 6/17/2014 – Argentina, del latín argentum “plata”, por el río impetuoso y ancho que dio su nombre al Virreinato, aludiendo tal vez a que los españoles lo utilizaban para trasladar la plata desde los profusos yacimientos de Potosí.
Región legendaria al sur del Septentrión con ríos desmesurados cuya anchura marea como un mar, con desiertos inmensurables que nunca se agotan, con cataratas nunca vistas por ojos de hombre alguno, con ciudades perdidas refulgentes de oro y de piedras preciosas. Macondo lato y extendido caído de toda cartografía.
Argentina, región de la aurora, a la que puso crisma y nombre el poeta y sacerdote Martín del Barco Centenera. Fundaciones en los confines, gallardetes, estandartes y arcabuces. Frailes con paso de sotana, aventureros de toda laya, ganado cimarrón por doquiera y regiones misteriosas donde se cuecen habas y legumbres.
Argentina, reino de la abundancia y la desmesura, donde sus habitantes originarios “viajan del mito a la realidad” y donde conviven los arcanos con la excelencia, la realidad con la negación, el orden con la entropía, la ciudad con el páramo y los hombres y mujeres de limpio corazón con timoratos de toda laya.
Argentina: un nombre y un destino, una frustración y una esperanza, un credo y una farsa, un empeño moral y la aleve usurpación de inicuos y mendaces que la ponen de rodillas y que son piedra de escándalo para el mundo.
Argentina, Macondo al Sur de todas las intenciones, magnífica con su cordillera de nieves eternas, con la albura de sus glaciares, con el mar de arenas y gaviotas, con sus ríos arteriales, el umbrío follaje de sus impenetrables, con el prodigio liminar de su Patagonia ahíta de leyendas y de fantasías. Nueva arcadia nunca vencida, huella primordial del hombre ascendente y puro, cuna de la humanidad.
Argentina, una patria en las nacientes, una tierra bendecida donde se abren las esclusas de todas las virtudes, un solar donde el viento apesebra y vela el sueño de sus hijos.
Argentina, un destino, el umbral de tiempos mejores donde la Cruz del Sur que vislumbrara el Dante rige con su derrotero de presagios augurales, una tierra de promisión para los hombres y mujeres de buena voluntad, un romance consuetudinario y mágico que viene de edades milenarias, un sueño entre visillos y una ecuación que no encuentra todavía sus portentos.
Argentina, tierra de todo beneficio donde fluye leche y miel, huerto deleitoso, pero también la madre de hijos paridos para la incertidumbre, los desatinos, las controversias y los desencuentros. Donde algunos levitan de santidad laica y otros estafan a destajo.
Argentina de los unos y de los otros, de ellos y de nosotros. Pero unívoca y entrañable. Sanguínea. Nuestra. Un arrebato en los goznes de la historia. Un buen aire. Un cuerno de toda abundancia y de riquezas pero mal distribuidas, con una cabeza de Goliat y un cuerpo raquítico. Y con el interior más interior de todos los interiores.
Argentina tantas veces pregonada con redoble de atabales y de tambores. Glosada por sus escritores y poetas, puesta en pentagrama por sus músicos, pintada por sus artistas, pensada por sus filósofos, educada por sus maestros, acrisolada por científicos y médicos que alcanzaron la cima de su excelencia. Argentina señorial junto al río color de ratón.
Argentina con sus grandes valores deportivos, con sus mitos enaltecidos más allá de cualquier cuestionamiento, con sus beatos camino a la santidad, con sus hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes que cada día la construyen con el trabajo cotidiano.
Porque Argentina es la Patria: una construcción colectiva, un ensueño común, un destino de grandeza, un sentimiento conjunto.
Argentina de los ubérrimos ganados, de todos los climas y regiones; una tropilla de caballos al amanecer según Jorge Luis Borges. Un destino, porque quién tiene un nombre tiene un destino.
De estas regiones, de este continente mágico, de esta urdimbre, de esta exuberancia, de este Macondo sorprendente, de este fin del mundo salió un Papa para toda la cristiandad.
Como escribió García Márquez en “Los funerales de la Mamá Grande un día “los bronces cuarteados de Macondo se entreveraron con los profundos dobles de la Basílica del Vaticano”.
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