domingo, 5 de enero de 2014

FELICIDADES ENRIQUE QUE LINDO RECORDAD HABANA ASI

por Enrique A. Meitín
Ahora estoy nuevamente aquí, y como lo hiciera antaño en más de una ocasión, observo a su gente, oigo sus conversaciones e indirectamente participo en su quehacer diario, aunque no logro esta vez evitar que mi vista recorra plenamente el litoral marítimo de la ciudad y casi recreándome en la visión del panorama, me siento preso de una nostalgia avasalladora que me sumerge en el recuerdo de una época, que ahora al pisar de nuevo mi terruño, me parece muy lejana en el tiempo…
Es mi Habana una ciudad seductora donde pululan plazas, plazoletas, y también como todos sabemos, muchos solares, también histórico como ella. Conformada por callejuelas adoquinadas, “Mi Habana” muestra al viajero, o a su hijo de regreso, hermosas fachadas de añejas residencias ya destruidas, muchas de ella apuntaladas hoy con vigas, o recostadas a los pilotes, que a sustitución de columnas la sostienen, a las que se suman pintorescos rincones y patios de sabor colonial, con diversidad de estilos y diseños arquitectónicos, no faltando tampoco sus vitrales. Algunos de ellos destrozados por el tiempo, o desmontados, o porque no vendidos por los vendedores clandestinos de objetos de arte.
Al pisar esas calles por las que vague por más de cuatro décadas, alegre, acompañado en ocasiones, y solo deprimido y olvidado en otras, no dejo de recordar aquella folclórica característica de sus “sábanas blancas colgadas de los balcones”, o mejor dicho jirones blancos que cuelgan de balcones, también estos hecho jirones. Sin proponérmelo detengo mi vista en una especie de palacio, convertido por el tiempo en una sucia vecindad, donde hoy viven hacinadas decenas de familias. Todo en este me resulta familiar. Lo extraño todo, pues debo decirles que yo también formé parte de ese escenario tragicómico tan habitual en el entorno habanero.
Ni tampoco he olvidado su enigmática Muralla, otrora división de los barrios marginales, la cual la rodea en parte. Mucho menos se aparta de mi mente, el famoso y nunca bien ponderado Malecón habanero, lugar obligatorio de reencuentro de parejas de enamorados; de “cazadores” de olas y de chinos “maniseros”, y de todo aquel que en mi Habana busca alguna brisa para calmar en las noches el calor de su hábitat.
De nuevo, enmarcado en el diario trasfondo creado por la infaltable música popular cubana, y en sus folklóricos “plantes” de santería, y por supuesto por sus santeros, soy participe de la alegría de mi pueblo, de su risa escandalosa y contagiosa, de los juegos y las peleas de los más pequeños, que me retrotraen a mis tiempos felices de niño, mientras me sorprendo, como su gente, mi gente… nuestra gente, jamás pierde la alegría o el buen humor. Vuelvo a estar allí y recuerdo todo eso y muchas cosas más. Aquellos planes “tareco”, cada salidero, cada apagón, cada tupición, cada bronca y sobre todo aquellas fabricadas colas por todo y para todo.
Me  familiarizó con sus vitrales, con sus “barbacoas”, balcones y pasillos,  y al fondo sus baños y lavaderos, con sus colas para cargar agua, y en derredor sus pequeños habitantes desnudos correteando sin frenos, lo que hace que de inmediato venga a mi mente la frase de “...jamás puedes cambiar el pasado, solamente puedes vivir el presente y conformar tu futuro en la medida de lo posible” y pienso, que vivir en semejante lugar, donde trascurre día a día la terrible tragedia del hacinado habitante de la “ciudadela” habanera, tiene su precio, pues no es tan sólo una locura necesaria, sino la tendencia a la violencia. Vale decir, no obstante que también en ese ambiente tienen lugar increíbles atisbos de alegría y felicidad, pues debido al bullicio constante no es posible sentirse sólo, aunque si realmente confuso en muchos sentidos.
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… pero ahora que estamos lejos, aunque muy cerca, solo nos queda evocar la nostalgia y tal vez algún reencuentro, aunque nunca he de dejar a un lado a “Mi nunca olvidada Habana”.

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