Shirley Temple fallece a los 85 años
La primera niña prodigio del cine y la actriz más taquillera de los años 30 en Estados Unidos ha muerto en su casa de Woodside (California). 'Ojos cariñosos' fue su primer papel protagónico
La
niña de los rizos de oro, la mujer que tantas películas realizó a lo
largo de su vida, la actriz Shirley Temple ha fallecido a los 85 años en
su casa de Woodside (California). "Ella estaba rodeada por su familia y
cuidadores", según un comunicado de la familia en que recuerdan de ella
su faceta como actriz, diplomática y, sobre todo, como madre, abuela y
bisabuela. Nació en Santa Mónica en 1928 y cuatro años más tarde su
rostro apareció en la gran pantalla.
Fue la niña prodigio cinematográfica más popular del mundo durante los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Shirley Temple se hizo famosa con sólo cuatro años gracias a sus condiciones para el cante, el baile y la interpretación, pero también por sus características de niña pizpireta, redicha, repipi, sabihonda, y aunque también pícara y traviesa, siempre obediente, ejemplar, patriótica y profundamente creyente. En definitiva, una niñita “adorable” con hermosos tirabuzones dorados, viva estampa de la hija que quisieran tener todas las madres y padres del país. Su aparición en el cine fue un volcán, y sus ingresos llegaron a alcanzar el séptimo lugar en Estados Unidos en 1938, y no sólo por sus fabulosos contratos con el cine sino también por la venta de muñecas inspiradas en ella, vestiditos, abriguitos, sombreritos, ropita interior… Se le concedió un Oscar especial por ser “la niña que más felicidad había proporcionado al mundo”. Ahí es nada. Incluso su madre escribió un libro sobre cómo la había educado, que se convirtió en un éxito editorial, una guía para las demás madres conservadoras del mundo.
Como dechado de virtudes la niña era capaz hasta de visitar al mismísimo presidente Lincoln en la película Rebelde (1935) para interceder por su padre, encuentro que le permitía al mismo tiempo consolar al presidente de sus personales tribulaciones. Intercedió públicamente ante Dios para que salvara a Tarzán que había quedado al borde de un principio en la última viñeta… y Dios se lo concedió. Shirley Temple lo podía todo. Se le perdonaban sus contoneos eróticos imitando a Marlene Dietrich y el ser perseguida por niños aún en dodotis porque Shirley no era considerada exactamente una niña sino un prodigio de la naturaleza, una adulta prematura, un espejo en el que debía contemplarse todas la población.
En España tuvo igualmente éxito, aunque en menor medida: La pequeña coronela, La simpática huerfanita, Pobre niña rica, La mascota del regimiento, La pequeña princesa… hasta que, como le ocurrió en el resto del mundo, al ir convirtiéndose en mocita el publico la fue marginando. Había perdido la oportunidad de protagonizar la hoy mítica El mago de Oz, que le dio su oportunidad a Judy Garland, y de poco le valieron a Shirley Temple sus intentos por adaptarse a su nuevo cuerpo en películas junto a Cary Grant (El solterón y la menor, 1947), Clifton Webb (Mr Belvedere, estudiante, 1949) o incluso a los órdenes de John Ford (Fort Apache, 1948), junto a John Wayne y Henry Fonda, película en la que también aparecía como actor el que fue su primer marido, John Agar, con quien se había casado a los 17 años, y de quien se separó tras haber tenido un hijo. Más tarde contrajo matrimonio con un magnate, de quien tuvo dos hijos más.
Separada del cine, se dedicó a la política al servicio del partido republicano, convirtiéndose en delegada de Naciones Unidas gracias a un nombramiento de Richard Nixon, y más tarde embajadora en Ghana y Checoslovaquia, donde asistió a la revolución de la Perestroika. Pero pocos la recordaban ya como la gran estrella infantil que había sido, la mayor fuente de ingresos de las productoras en sus años de esplendor. Su vida personal pasó al anonimato, aunque su imagen perduró. En 1951 Luchino Visconti dirigió Bellísima, en la que un casting para encontrar una nueva niña prodigio arrastraba a una frenética (y genial) Anna Magnani, dispuesta a todo con tal de convertir a su hijita en una nueva Shirley Temple. Pero el neorrealismo italiano era lo opuesto al glamour del Hollywood dorado, y la tragedia asomaba oportunamente en Bellísima.
Al ver hoy en día las infantiles películas de Shirley Temple se producirán seguramente diferentes reacciones. Unos seguirán valorándolas por los indiscutibles talentos de aquella niña prodigio, pero otros podrán considerarlas simplemente cursilonas e insoportables.
Fue la niña prodigio cinematográfica más popular del mundo durante los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Shirley Temple se hizo famosa con sólo cuatro años gracias a sus condiciones para el cante, el baile y la interpretación, pero también por sus características de niña pizpireta, redicha, repipi, sabihonda, y aunque también pícara y traviesa, siempre obediente, ejemplar, patriótica y profundamente creyente. En definitiva, una niñita “adorable” con hermosos tirabuzones dorados, viva estampa de la hija que quisieran tener todas las madres y padres del país. Su aparición en el cine fue un volcán, y sus ingresos llegaron a alcanzar el séptimo lugar en Estados Unidos en 1938, y no sólo por sus fabulosos contratos con el cine sino también por la venta de muñecas inspiradas en ella, vestiditos, abriguitos, sombreritos, ropita interior… Se le concedió un Oscar especial por ser “la niña que más felicidad había proporcionado al mundo”. Ahí es nada. Incluso su madre escribió un libro sobre cómo la había educado, que se convirtió en un éxito editorial, una guía para las demás madres conservadoras del mundo.
Como dechado de virtudes la niña era capaz hasta de visitar al mismísimo presidente Lincoln en la película Rebelde (1935) para interceder por su padre, encuentro que le permitía al mismo tiempo consolar al presidente de sus personales tribulaciones. Intercedió públicamente ante Dios para que salvara a Tarzán que había quedado al borde de un principio en la última viñeta… y Dios se lo concedió. Shirley Temple lo podía todo. Se le perdonaban sus contoneos eróticos imitando a Marlene Dietrich y el ser perseguida por niños aún en dodotis porque Shirley no era considerada exactamente una niña sino un prodigio de la naturaleza, una adulta prematura, un espejo en el que debía contemplarse todas la población.
En España tuvo igualmente éxito, aunque en menor medida: La pequeña coronela, La simpática huerfanita, Pobre niña rica, La mascota del regimiento, La pequeña princesa… hasta que, como le ocurrió en el resto del mundo, al ir convirtiéndose en mocita el publico la fue marginando. Había perdido la oportunidad de protagonizar la hoy mítica El mago de Oz, que le dio su oportunidad a Judy Garland, y de poco le valieron a Shirley Temple sus intentos por adaptarse a su nuevo cuerpo en películas junto a Cary Grant (El solterón y la menor, 1947), Clifton Webb (Mr Belvedere, estudiante, 1949) o incluso a los órdenes de John Ford (Fort Apache, 1948), junto a John Wayne y Henry Fonda, película en la que también aparecía como actor el que fue su primer marido, John Agar, con quien se había casado a los 17 años, y de quien se separó tras haber tenido un hijo. Más tarde contrajo matrimonio con un magnate, de quien tuvo dos hijos más.
Separada del cine, se dedicó a la política al servicio del partido republicano, convirtiéndose en delegada de Naciones Unidas gracias a un nombramiento de Richard Nixon, y más tarde embajadora en Ghana y Checoslovaquia, donde asistió a la revolución de la Perestroika. Pero pocos la recordaban ya como la gran estrella infantil que había sido, la mayor fuente de ingresos de las productoras en sus años de esplendor. Su vida personal pasó al anonimato, aunque su imagen perduró. En 1951 Luchino Visconti dirigió Bellísima, en la que un casting para encontrar una nueva niña prodigio arrastraba a una frenética (y genial) Anna Magnani, dispuesta a todo con tal de convertir a su hijita en una nueva Shirley Temple. Pero el neorrealismo italiano era lo opuesto al glamour del Hollywood dorado, y la tragedia asomaba oportunamente en Bellísima.
Al ver hoy en día las infantiles películas de Shirley Temple se producirán seguramente diferentes reacciones. Unos seguirán valorándolas por los indiscutibles talentos de aquella niña prodigio, pero otros podrán considerarlas simplemente cursilonas e insoportables.
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